miércoles, 21 de diciembre de 2011

Érase una vez

Erase una vez una niña que creía en los cuentos de hadas. De pequeña había leído tantos cuentos en los que la princesa conocía al príncipe ideal, se casaban, tenían una familia y eran felices que se convirtió en su sueño. La niña creció en una familia en la que se alimentó ese sueño de la familia ideal y vivía feliz. Sus padres, sus hermanas, sus abuelos y sus tíos colmaban la felicidad y su infancia fue lo que toda niña habría deseado.

El tiempo pasó y esa niña fue dándose cuenta de que a su alrededor las cosas no iban siendo tal como las había soñado. Que esos padres idealizados tenían sus fallos e incluso en ocasiones la educación que ellos habían recibido de sus padres e inculcada a ella y sus hermanas perjudicaba las relaciones fraternales. Que cada hermana hacía su vida construyendo su propia familia y que ellas habían logrado romper esos vínculos fuertes que se establecen cuando eres pequeña con tus padres y hermanos. Que ellas crearon su vida logrando asimilar las imperfecciones y consiguiendo individualidad. Pero que esa niña no logró tirar hacia adelante, que se quedó anclada en el sueño de una gran familia rodeada de felicidad y en la utopía de tener una familia propia.

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